30 enero, 2018

En defensa de las abejas meliponas

Una lucha de las mujeres mayas con una doble causa
La Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka ‘ an trabaja desde hace 22 años con campesinas de Yucatán para recuperar la producción de miel de la abeja melipona, proyecto que busca empoderar a las mujeres y enseñarles a respetar los ciclos de la naturaleza.

 La cabeza de la guardiana asoma por el breve agujero. Su visión ultra rápida escudriña el entorno. Está preparada para ubicar a cualquier enemigo, dar la alerta y junto con otras obreras apelmazarse para bloquear la entrada, aunque eso les implique morir. Pero por esta vez, la guardiana puede relajarse, lo que se acerca no son hormigas o mosquitas nemen (que buscan ovar en su casa), es Noemí Euan, una de las apicultoras mayas que cuida a esta colonia de abejas meliponas, en el municipio yucateco de Mama.

Mimi, como le dicen, pertenece a un grupo de 15 mujeres que se conocieron durante los cursos de la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka ‘ an (Rocío que cae del cielo), una asociación civil asentada en Maní, Yucatán, desde hace 22 años, para ofrecer cursos de agroecología a los campesinos de la zona, con la asesoría y ayuda de la Universidad Autónoma de Yucatán y la Universidad Autónoma de Chapingo.

Hasta hace diez años –relata Atilano Ceballos, su director– la escuela funcionaba como un internado gratuito al que los estudiantes llegaban de martes a viernes para luego volver a sus casas, pues el único requisito para ingresar es que debían trabajar en el campo o ser de familias campesinas, sin importar su religión o nivel académico.

Pero problemas con el financiamiento que la A. C. recibe de diversas fundaciones les obligó a cerrar la opción de internado y a trasladar los cursos a las comunidades. Muchas veces los promotores de la escuela, todos egresados de la misma y de diversas poblaciones, usan sus casas para dar los talleres.
Así, en un taller en Mama se conocieron Mimi y sus 14 compañeras. Después de verse una vez a la semana, durante un año, ya eran amigas y decidieron unirse para ser las guardianas humanas de un meliponario, del que esperan sacar la producción suficiente para vender varios litros de miel de melipona, que en el mercado se cotiza a mil o mil 200 pesos, por contener vitaminas C, B1, B2 y Niacina, potasio, calcio y magnesio. Además, los mayas le atribuyen propiedades para paliar padecimientos de la visión, como las cataratas, enfermedades respiratorias y digestivas.

 Las meliponas son una especie nativa de Yucatán, abejas sin aguijón, que producen poca pero muy buena miel. Los mayas cortaban los troncos donde se encontraban las colonias y los llevaban al patio de sus viviendas. Pero como estas abejas llevan un ritmo más lento de producción que las Apis mellifera o las europeas, los españoles las desplazaron y trajeron sus propias especies pensando en las ganancias de la comercialización.



Aunque hubo un motivo adicional: la corona española emitió disposiciones legales para prohibir hacer bebidas con la miel de melipona, como el balché, una bebida sagrada maya, utilizada para ceremonias. En el intento por desaparecer esas tradiciones, las meliponas se volvieron blanco de guerra. Los españoles buscaban las colonias para destruirlas.
“Algunas familias mayas las resguardaron en sus patios, en sus casas, gracias a ellos tenemos a estas abejas todavía”, cuenta Atilano, el padre Tilo como lo conocen, el sacerdote católico que ha transitado por la pastoral social y por la pastoral de la tierra (el trabajo con campesinos en la agroecología).

Él asentó en Maní, junto con otros 12 sacerdotes (distribuidos en diversas parroquias de la zona y de los que hoy solo siguen dos al frente de la institución) la escuela U Yits Ka ‘ an, para ayudar a la población maya a recuperar sus prácticas ancestrales y encontrar formas de producir y cosechar que respeten el ambiente y les provean una vida digna.

El padre Tilo y sus 12 compañeros no escogieron a Maní como base de operaciones de la escuela de manera fortuita. Su presencia es una especie de resarcimiento. En el atrio de la iglesia de Maní, los españoles hicieron lo que se conoce como auto de fe, una quema de códices, alfabetos y altares mayas, comandada por Diego de Landa, obispo de la arquidiócesis de Yucatán entre 1572 y 1579.
Los sacerdotes de la pastoral de la tierra llegaron a Maní para mostrar que hay otro rostro de iglesia, uno más comprometido con la gente, que quiere respetar la espiritualidad de los pueblos originarios y sus prácticas de producción. Dentro de ese objetivo no podían quedar fuera las agraviadas meliponas, esas abejas nobles que los españoles buscaron en las casas mayas para destruirlas, por su íntima relación con la cosmovisión del pueblo originario.

 Lucha con doble causa
Mimi y su grupo tienen apenas un año con sus abejas. No rebasan todavía las 17 cajas (donde habitan igual número de colonias). Todas se turnan para cuidarlas, aunque Mimi es quien las tienen en su casa y la que suele salir corriendo a las 3 de la mañana cuando se da cuenta que una carretonada de hormigas vuelve negra la tierra de su traspatio. La muchacha alumbra a las invasoras con una lámpara, verifica que no van hacia su meliponario y entonces se regresa a dormir.

Este jueves de fines de enero le toca a Martha Carrillo y Mariana Gutiérrez, dos de las integrantes del grupo, hacer la ronda a la casa de Mimi para verificar que sus divisiones están evolucionando sin problema. Ese proceso es importante porque es cuando separan a un grupo de abejas de la colonia para que elijan una nueva reina y formen otra.

Apenas abren la tapa de la caja, las tres gritan que ahí está la reina: más grande, gorda y con tonalidades de café y amarillo más claras que las obreras. “Dicen que no es fácil ver a la reina –señala Mimi– pero nosotras las vemos muchas veces cuando abrimos las cajas. De nosotras no se esconden. ¿Será porque somos mujeres?”.

Si el padre Tilo la escuchara, diría que es verdad. El sacerdote subraya que los mayas relacionaban a las meliponas con la feminidad, de hecho acá en la región a esta especie de polinizadoras se les conoce como Xunan Kaab, mujer abeja; por eso, para él, en estos tiempos de violencia contra las mujeres, defender a las meliponas es una lucha con doble causa.

De los siete grupos que se han conformado de meliponicultores, bajo la batuta de la Escuela de Maní, cinco son familiares y dos son solo de mujeres. Pero incluso en los conformados por familias, son ellas quienes cuidan a las abejas. “No se inició el proyecto así a propósito, pero hemos descubierto que las mujeres son más hábiles para cuidar a las meliponas, sobre todo, son más perseverantes”, señala el padre Tilo.

Una vez que terminaron el curso, la Escuela de Maní le regaló a Mimí y su grupo tres cajas (colonias) con Meliponas. Ellas deben incrementar ese número hasta 20, como primer objetivo; ya van en 17. Cuando tengan más de 10 deberán hacer el pase en cadena que marca la Escuela: regalarle tres cajas a otra familia o grupo que quiera y tenga ya el conocimiento para reproducirlas.



Criar estas inofensivas abejitas es complejo. Lorena Zapata, quien es egresada de la Escuela de Maní, formó junto con otras ocho mujeres otro meliponario, dice que tienen 53 colonias, la mayoría en jobones, pedazos de tronco huecos sellados en los extremos con piezas circulares de madera y con un orificio enfrente que sirve de entrada a las obreras.

“Tenemos a las abejas aquí en mi casa desde hace ocho años, pero hay momentos que se pierden. Una vez perdimos 24 jobones, primero por un ataque de hormigas, luego el nenem y para acabar un enjambre de abejas africanas. El año pasado no tuvimos producción por la sequía. Y así vamos, luchando junto con ellas”.

Con todo, Lorena dice que sí vende la miel, el polen. “Cuando hay producción sacamos 15 o 16 litros, que hace dos años vendimos a mil pesos cada uno”. Ahora están empezando a hacer derivados: jabón, shampoo, crema. “Como negocio es bueno porque hay demanda, pero es difícil lograr la producción”.

En los talleres, los promotores de la Escuela de Maní enseñan a los participantes primero a construir el meliponario o nahil kaab (en lengua maya, casa de las abejas). Éste se hace con techo de palma de Guano, una palma de hasta 25 metros de altura con la que se construye también la casa tradicional maya, para mantener el lugar fresco en los calores de más de 40 grados de Yucatán. La estructura se completa con madera.

La organización consigue fondos para poner piso de cemento a los meliponarios y unas canaletas, que se llenan de agua para evitar el paso de las hormigas. Algunos grupos usan cajas de madera tecnificadas para alojar a las abejas, como se hace en una versión más moderna, pero la forma tradicional de los mayas es utilizar jobones.
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María Cruz Torres, conocida como Nevy, y su familia tienen 37 cajas pero también nueve jobones en su meliponario. En cada uno hay alrededor de 2 mil o 2 mil 500 abejas. Ella las empezó a cuidar porque su hija entró a estudiar a la Escuela de Agricultura, y ahí le dieron tres jobones con meliponas.

“Ella se casó, se fue –dice Nevy– se llevó algunas y yo me quedé con éstas. Ahorita les doy más atención, porque cada vez me interesa más cuidarlas, me gusta. En las mañanas vengo, veo cómo están, si los guardianes están en las puertas, porque si no algo está pasando y hay que abrir el jobón”.

Nevy todavía no ha sacado mucha miel. Apenas sacó dos litros en total. Pero es que la sequía del año pasado inhibió la floración y las abejas no produjeron. Además, Nevy dice que se ha dedicado a hacer división. “Si hago eso, no puedo extraer miel porque las dejaría muy débiles”.

Ya en su punto, con la colonia bien establecida y trabajando, cada jobon producirá de dos a tres litros de miel de melipona. Aunque eso pasará solo si llueve y la floración es buena, y también si los varios enemigos de las meliponas no logran atacarlas. Con las condiciones óptimas, los grupos venderán, además de la miel y el polen, jabones y cremas. Aunque el padre Tilo dice que esto no es cuestión de negocio, sino de rescatar las prácticas mayas y a la melipona.

“No nos interesa que la gente solo aprenda a manejar de manera correcta sus abejas, queremos que también aprendan a respetar los ciclos de la naturaleza, de la floración, y que puedan agradecer, bajo su espiritualidad maya, con sus ceremonias, el tener un poco de miel, de polen. Creemos que es posible una vida que respeta los ciclos”, dice el padre Tilo. Una vida que marcha más lento y de una forma más justa, concluye.

Fuente:
Mexico desigual.
Animal social






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